Por gracia de la providencia -y de algún que otro favor político- al fin logré hacerme de un registro para manejar, sólo para descubrir que no hacen autos para conejos. Resulta que si no sos humano, nadie te da pelota. Contraté entonces los servicios de un taximetrista para cumplir un viejo sueño: ir de punta a punta de la avenida Raúl Scalabrini Ortiz.
La primera vez que me perdí en la vida fue por tomar el 110 en dirección contraria a dónde iba, por no saber que los colectivos no van para un lado solo, que van y vuelven; era chico y conejo, qué se yo... ese día aprendí que toda circulación responde a un círculo, a un ir y venir, a una doble mano.
Scalabrini Ortiz no siempre fue Scalabrini Ortiz; antes era Canning; y antes era “El Camino del Ministro Inglés”; y antes era tierra sin nombre, y sin forma. “El Camino del Ministro Inglés” habla de una época descriptiva, previa a la costumbre de nombrar calles con sustantivos propios. También puede ser una amenaza: todos sabemos por que camino viaja el “Ministro Inglés”. Si yo fuera ese “Ministro Inglés”, te aseguro, agarraría por cualquier otro camino.
La siguiente denominación humana para aquel tramo de tierra fue en honor a otro ministro, de relaciones exteriores, británico: George Canning, quien había fundado en Villa Crespo un negocio de ropa deportiva con el apoyo de su familia llamado “Canning 210”. En años posteriores, al crear el sistema numérico de identificación de propiedades, el Estado dispuso que esa cuadra de la Avenida Canning mantuviera su numeración, al precio de que en la Avenida Warnes las calles cambien de nombre, para eterna confusión de los locales.
Pero el joven Raúl Scalabrini Ortiz no estaba dispuesto a abandonar su sueño de tener una avenida doble mano con su nombre, por lo que procedió a asesorar al gobierno del General Chino Zorrillo en asuntos de dominación de mercado mediante la colocación de productos extranjeros, más que nada en materia de moda ferroviaria, y así ganó la titularidad del pedazo de tierra que se corresponde a la Avenida antes conocida como Canning, llevando de paso a la ruina al negocio familiar de George, que ya nadie sabía dónde quedaba.
Dos años después, para romper las pelotas, los milicos dijeron no a cualquier iniciativa planteada por el gobierno del General Chino Zorrillo y decretaron que la avenida volviera a llamarse Canning, para fortuna de la ropa deportiva importada que había subido obscenamente de peso durante la espera.
No fue hasta el regreso de la democracia que Raúl Scalabrini Ortiz volvió a disfrutar de las dos manos que hoy llevan su nombre, y que a su vez yo, Pepe Bigotes, disfruto con un dejo de nostalgia y las orejas al vuelo por el viento que entra a través de una mínima rendija en la ventanilla que abrí para ventilar el olor a muerto que reina en este taxi, por Dios, ni que lleváramos a George Canning en persona en el baúl...