Dios ama a los conejos. Por eso nos hizo tan sexys. Y cada fin de año, cuando llega el calorcito, a todos nos hierve la sangre con ansias de fiesta. Por suerte, en este punto aleatorio de nuestra rotación planetaria llamado “fin de año”, las fiestas abundan. Algunas toman un cariz religioso, con una guarnición fuerte de mercantilismo que lleva a muchos a la crítica cejuda; al entender de este humilde conejo, el mercantilismo es en sí un sistema de creencias, y por lo tanto no habría que pensarlo como algo tan ajeno a la espiritualidad.
En Villa Crespo conviven tres grandes religiones: la cristiandad, el judaísmo y “aquello en lo creen los conejos”, que no se agrupa bajo ninguna categoría formal. La cristiandad tiene un doble festejo por estas fechas: el nacimiento de su máximo ícono, Jesús, en un evento conocido como “Navidad”, y la circuncisión de dicho ícono, “Año nuevo”. Los judíos tienen Jánuca, en relación a una victoria de los Macabeos sobre los Griegos, según me acaba de informar la Wikipedia.
Los conejos, por nuestra parte, celebramos Jóneco. Un evento único que dura desde que el primero de los nuestros pone en el cielo el grito de “arrancó la joda” hasta que alguno, por lo general el más viejo, anuncia “se acabó la birra”. Tradicionalmente otro conejo, el menor del clan, pregunta “¿y el whisky?”. A lo que otro responde, “whisky no hay más desde anteayer”. Son tradiciones que nos llegan por vía oral, y que respetamos porque somos gente de principios, y porque la tradición está tan ligada a nuestra forma de vida que nos es inevitable seguirla aunque no queramos.
Una cosa en común tienen los festejos de la cristiandad, el judaísmo y los de “aquello en lo que creen los conejos”, que es el intercambio de regalos, lo que nos lleva de nuevo al punto inicial. Jesús recibió regalos al nacer, y de ahí viene que nos regalemos cosas en los cumpleaños, porque todos creemos un poquito que somos el Mesías; de hecho a las grandes personalidades religiosas de nuestra época les dicen “Messi”, que es una abreviación cariñosa de Mesías.
No comprendo bien la razón detrás del intercambio de regalos en la Jánuca judía (la página de Wikipedia al respecto es larga, no la leí entera). Algunos dicen que es para evitar la envidia de los más pequeños, que bien podría llevarlos a armar arbolitos de Navidad para furia de los Zeides, o a creer que el gordo de Independiente que para en la esquina y siempre está borracho les va a regalar algo si insisten en llamarlo “Papa Nuel”.
Los conejos mantenemos la sencillez que nos caracteriza, y regalamos zanahorias, o zapatillas que no sean de marca. Valen las de imitación, como las “Reibok” o las “Ni-qué”.
Entonces, querido vecino, para estas fiestas, no agregue a su discurso consignas del folclore socialista, recorra los negocios de su barrio, observe con deferencia las ofertas que en vidrieras lo engañan con precios que, en un claro afán religioso, se duplicaron cuando picó el 15 en el calendario. Siéntase parte de eso que verdaderamente nos une: la indignación por los precios. Piense en sus seres queridos y piense en su querida billetera, a ver a quién quiere más. Entréguese a la liturgia del mercantilismo barrial y acuérdese de este conejo que tal como usted, en estas fiestas, bebe para olvidar que apenas termina el año empieza otro, y sepa que Dios está en todas partes, pero más que nada en esas hermosas bandejas de Vitel Toné...
Salud, y etcétera.