El emporio Ruth Benzacar desembarca en VC
Por Cuchi Dragaxaga Ficherman
Aló, mis chiquitos adorados. Vuelve a AVC la única que está en el really red point del contemporary art del barrio. La que profetizó que Crespo Village sería la nueva estrella del arte porteño. Watch & learn. Para esta edición estuvimos con mi adoradísima Orly Benzacar, head manager de la emblemática galería que, in the name of the mother, transita ya cinco décadas de éxitos. Ahora, esta nave insignia del arte argentino, amarra felizmente en nuestras costas.
Ya comenzaba a revolotear la hojarasca en la tranquila calle Ramírez de Velasco cuando nos encontramos con Martinuchi, el nuevo chiquito camarógrafo. Todo dispuesto para la nota.
En la flamante entrada de la galería, un portón de prístino white a pasitos de la vía, Orly y su hija, Morita Bacal, nos reciben con la amabilidad de siempre. Al entrar quedamos anonadados: una sala de gran tamaño se prolonga hacia el fondo confluyendo en un espacio de altura imponente, todo bellamente iluminado por luz natural. Se trata de un galpón de mitad de siglo XX íntegramente refaccionado, su tinglado es ahora el escenario donde apreciaremos the art projects más vibrantes de la ciudad. Orly nos cuenta que este recinto se podrá compartimentar para adaptarse a las necesidades de cualquier proyecto artístico. Radiante dice: “creo que fue bastante acertado elegir un arquitecto joven que entendió que en una galería el proyecto arquitectónico tenía que desdibujarse, que tradujo nuestras necesidades”. Comienza el tour.
Cerca de la entrada las sorpresas no terminan: un típico kiosco de diarios verde, ¡pero dentro de la galería! Orly señala que este kiosco funcionará como un exhibidor de publicaciones. Se han asociado con Espaço Tijuana, centro de difusión de publicaciones de arte de la gran galería paulistana Vermelho, aquí podremos chusmear y adquirir algunas de las cosillas más interesantes que pululan internacionalmente. Al costado del kiosquito, una puerta nos muestra lo que será un pequeño bistró comandado por el chef Germán Martitegui, “un proyecto canchero, con nivel y accesible”, informa Orly.
Al subir llegamos a un entrepiso que da a la gran sala. Su escritorio se encuentra junto a los del resto de su team, nuevamente luz natural y una vista privilegiada al white cube. Este lugar ofrece un archivo pormenorizado de décadas de trayectoria y una biblioteca de arte argentino e internacional. Nada que envidiarle a Kurimanzutto en Mexico City o a Luisa Strina en São Paulo, ¡touché!
Por supuesto, el pobrecito de Martinuchi, el chiquito camarógrafo, no entendía nada de nada, entonces pregunta tímidamente a Orly: ¿dónde comenzó la galería? Divina, responde: “¡En mi casa! El proyecto comienza en nuestra casa de Caballito, donde yo me crié hasta los dieciocho años. Después nos mudamos a otra casa en el centro, ahí funcionó la galería hasta que el consorcio nos dijo basta: ¡esto es un quilombo y estamos en un edificio de casas de familia! Entonces aparece el local de Florida”. El chiquito ignoraba la historia de este emporio familiar. Ruth, la madre de Orly, fue la fundadora, sus modestos comienzos se dieron en los años 60, luego de un tropezón en la economía familiar comienza a vender algunas piezas de la colección de su marido Samuel. Esta pionera se irá formando hasta ser una de las mayores referentes del galerismo local. Nunca me voy a olvidar las palabras del crítico Jorgito López Anaya sobre Ruth: “fue la aparición de una persona que conmueve al mundo artístico, la gente empieza a decir: ‘¿esa señora, quién es?' Esa señora enseguida se ganó el respeto de todos”. Así abrieron en 1982 la icónica galería de la calle Florida al 1000, centro obligado por ese entonces del circuito artie porteño. Orly lo recuerda bien: “mi mamá arma Florida de la nada para hacer una galería de arte, o sea, con el concepto de galería de su momento, trabajó con un arquitecto-artista, Luis Benedit. En la actualidad yo tomo este espacio que era un galpón abandonado, derruido, sucio, y entonces lo hago una galería para las necesidades del 2015. La operación es la misma, pensar el espacio para galería”.
Después de unas copitas le pregunto a Orly por los desafíos del presente, por cómo ve el escenario actual. Un poco preocupada me confiesa: “hay un fuerte cambio en la dinámica de las galerías. La gente dejó de venir. A principios de los 90 nosotros teníamos una galería a la que venía más gente que al Museo de Bellas Artes. La gente no va a las galerías, solo a las inauguraciones”. La mirada detenida sobre la obra, ese contacto que puede deparar epifanías, parece ser una especie en extinción en la era de la reproductibilidad de las pantallas, todo parece acontecer en un estricto y profiláctico online. Igual Orly no se desalienta: “una de las batallas más interesantes que tenemos por librar es tratar que la gente venga y viva la experiencia en vivo y en directo y no a través de la pantalla”. Emprendedora, siempre dispuesta a pensar estrategias que acerquen nuevos públicos, se planta: “yo nací y crecí en este medio, para mí es un marciano quien no viene a ver arte. Entro a una casa que tiene paredes maravillosas sin nada colgado y a mí me parece rarísimo. Vivir rodeada de arte es casi una necesidad, yo cuelgo los cuadros antes de poner los muebles. Para mí la vivencia del arte corre por mis venas”. Con el mismo entusiasmo me cuenta que ya invitó a los chicos del lubricentro de la vuelta, que los comerciantes del barrio ya están todos avisados del próximo great opening: 11 de marzo, con la exposición de la divina Liliana Porter. Obviamente, we’ll be there.
Antes de irnos, Orly vuelve a mirar el tinglado, ahora so white, y susurra: “mudarnos fue un deseo. Cuando Mora encontró este lugar nos enamoró de entrada. Decidimos ir por nuestros deseos, y Villa Crespo siempre había estado en nuestra mira”. Salimos con Martinuchi, nos iluminaban los últimos rayos de este sol crespense, yo me quedé extasiada con las últimas palabras de Orly. Lo miré al chiquito, saqué una botellita de champagne que aún estaba bien frappé, ¿a little bit, dear? Divino el chiquito.