Un día, mi amigo Cristóbal me dijo: olvidate por un momento que sos judío, y se me vino el mundo abajo. Pero le hice caso, y durante mucho tiempo borré la carga de pertenecer a un pueblo con cinco mil años de historia. Pasó poco más de una década de esa sentencia y voy a hacer el ejercicio de recordar mi adscripción hebrea y no solo eso, sino que me pensaré como judío alemán, editor de libros, de Villa Crespo, amante de los varenikes y con más preguntas que respuestas. Cuenta Alejandro Dujovne en su investigación “Una historia del libro judío” (Ed. Siglo XXI, 2014) que Manuel Gleizer, un paisano que llegó al país en 1906 con la primera ola inmigratoria, se dedicó a la venta de billetes de lotería y para pagar las deudas que contrajo con esa actividad ofreció sus libros a la venta. Así descubrió las posibilidades comerciales del rubro. Al poco tiempo instaló una librería/editorial en VC donde se congregaban Nicolás Olivari, Marechal, Borges, los hermanos González Tuñón, Luis Franco, Alberto Gerchunoff, entre otros. Gleizer se convirtió en uno de los pioneros del proceso de modernización editorial argentina en las décadas de 1920 y 1930. No tan lejos de esos cuentos rabínicos, en 2005 nace Milena Caserola, una editorial que podría tomar el nombre de la novia de Kafka y así dar el puntapié judeo-literario a esta aventura. Y Caserola, que viene de Cacerolazo, también conocido como estallido social donde se utilizó como percusión aquel recipiente que por la crisis carecía de alimento, perdiendo así su función primera. Se terminaba el 2001 y comenzaba la odisea del corralito y el lugar de partida y de llegada de una ingesta de gases en Plaza de Mayo era la asamblea de Ángel Gallardo o Estado de Israel y Avenida Corrientes. Teniendo nombre, logo, ganas de endeudarnos y amigos escritores comenzamos a publicar. Algún ensayo de León Rozitchner sobre el ferrocarril, las maldiciones en idish de Andresito Kilstein, las clases de Masotta compiladas por Teodoro Lecman, las obras de teatro del abuelo de Eduardo Malach, ese pasaje de Gordo de Sebakis que reza “una revista igual a Billiken pero para niños judíos llamada ¡Billígene!”, los palíndromos desde el exilio de Nemirovsky, los poemas combativos de Aranosky, los cuentos de Wengrowicz o los diarios de Glozman, el libro/película de Ligpot y Punte sobre el holocausto y Jack Fuchs, la poeta judía por opción Moni Torras, el terror narrado por Romano Sued, el postfacio de Goldwaser, los collages de Snitcofsky, la insurrección judeo–francesa traducida por Rubenstein, el errorismo de Zukerfeld , los textos de Luli Sigelboim, el árbol cósmico del israelí Portugueis, las huellas de Vero Gelman, el humor gráfico de Tzipe, la guerra de España de Micaela Feldman o Mika Etchebéhère, entre muchos otros formaron parte del catálogo. La editorial comienza a funcionar en el barrio de Once, se adscribe a la FLIA (Feria del Libro Independiente y Alternativo), nos conocemos con Dafne Mociulsky, Javito Basin, Marilina Winik, Rey Larvich y comienza la disputa que si la FLIA es de Ferro o de Altlanta. Creemos que por el espíritu bohemio y por la biblioteca Juan Gelman que existe en el club, no quedan dudas de que este grupo de amigos escritores y editores adhiere mayoritariamente al equipo de los rusos. Al cumplirse diez años como editorial, mudamos nuestras oficinas a Almagro y tenemos la imprenta en Chacarita. Al barrio que nos vio nacer caceroleando lo pasamos por abajo. Puede ser que estemos más cerca de Manuel Gleizer, de Boris Spivacow, de César Tiempo, de Jacobo Fijman. Y nos surgen las mismas preguntas que a Dujovne, ¿es posible hablar de un vínculo especial entre los judíos y los libros, qué es un libro judío, qué es una editorial judía, qué es un libro? Editorial Milena Cacerola, Lambaré y Av. Corrientes Pedir cita a losreck@hotmail.com Blog desactualizado www.milenacaserola.blogspot.com Ver parte del catálogo en www.la-periferica.com.ar Facebook con más de cinco mil amigos: Milena Caserola