En una zona residencial del barrio se encuentra Nishi, una pequeña tienda de objetos japoneses y nórdicos. Virginia abrió sus puertas hace dos años y hace ocho que vive en Villa Crespo. Se disculpa por el “desorden” que hay, pero ese aparente desarreglo, la hospitalidad de Virginia -que además usa un delantal grande de lino con bolsillos muy típico de las nipponas-, todo eso te hace sentir como en Japón. En japonés Nishi significa Oeste. El nombre lo eligió junto a su hermana Adriana -la creadora de los muñecos de Miga de Pan-, porque vienen del Oeste, de Haedo.
En Nishi abundan los elementos de bordado, actividad a la que Virginia se dedica con mucho entusiasmo: hay tijeras japonesas y para fin de año habrá también agujas para bordar sashiko (técnica de bordado japonesa) y dedales. En el local hay cartucheras y pins de Totoro, washi tapes, papel de origami y papel para envolver diseñado por la diseñadora Miho Sasaki.
Locales de diseño hay muchos, pero hay algo que hace de Nishi un lugar especial. Virginia explica que la idea era vender cosas que no había en otras tiendas. “Pocas cosas pero lindas”, dice. Y es así tal cual. Los pequeños tesoros exhibidos son únicos
Desde la vidriera, del lado de adentro, se ve la casa de enfrente. Sobre el balcón principal, dos leones custodian en la altura unos macetones de los que cuelgan plantas. Ese es el encanto que tiene Villa Crespo; el kitsch que convive con un pequeño local kawaii, digno de un barrio tokyota como Shimokitazawa. Como Japón, Nishi es una pequeña isla en un océano porteño.
Nishi: Acoyte 1379
西
FB: nishideco
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A unas pocas cuadras de Nishi, en Murillo 724 se encuentra Nikko, una pequeña tintorería. Una vidriera con plantas, el infaltable calendario, un reloj en la pared, alfileteros y el diario sobre la mesa de la plancha son los elementos que zencuentro y me recuerdan a la tintorería de mi abuelo Yoshio. Detrás del mostrador te recibe Seiko Arakaki, un japonés oriundo de Nakagusuku, Okinawa. Seiko tiene 68 años . De sus clientes villacrespenses dice que son muy amables y que son viejos conocidos porque ya lleva 41 años acá. De ese lapso de tiempo, Seiko hace un análisis breve pero tajante: hasta los años 80 hubo mucho trabajo, pero a partir del año 90 las cosas se pusieron difíciles y durante dos años la tintorería permaneció cerrada porque él volvió a su Japón natal a trabajar. El regreso no fue fácil, pero a fuerza de trabajo salió adelante.
Le pregunto si le gusta lo que hace. “Ya hace 53 años que me dedico a esto. El cuerpo incorporó el trabajo”, responde de manera muy japonesa. Y enseguida me cuenta que enseña karate y zazen en un centro cultural que nuclea a los inmigrantes de su pueblo y que lleva su nombre, Nakagusuku (José María Moreno 531). Lo que evidentemente le entusiasma es eso, y en esa dirección empieza a fluir la conversación. “Estudié karate acá, desde el año 70.Toda la vida trabajando, haciendo deporte y enseñando”, dice.
El zazen es una práctica de meditación que se hace sentado. Quiero saber qué es lo importante: “Solamente hay que concentrarse en inhalar y exalar. Hay que sentarse y experimentar, el cuerpo hay que experimentarlo uno mismo”, resume. Y agrega: “Es dificil, pero no es imposible”. Con la sutileza que caracteriza a los sensei de toda práctica oriental, el señor Seiko termina por dejarnos una gran lección.
Tintorería Nikko: Murillo 724
日光
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A simple vista pareciera que Guaraní Porá poco tiene que ver con la temática de esta nota. Se trata de un local de productos artesanales de la región guaraní. Piezas únicas, de materiales orgánicos. Arte popular hecho a mano. Técnicamente se encuentra en el barrio de Palermo, aunque a pocos metros de Villa Crespo. No pude resistir la tentación de incluirlo porque hay un vínculo. La historia es así. En el año 2012 Caro Urresti inauguró este espacio novedoso, y en su afán por difundir las tradiciones y la labor artesanal del Paraguay, buscó la manera de abrir un taller de ñandutí, un tejido tradicional que imita el tejido de una telaraña, originario de la ciudad de Itaguá (“araña blanca” en guaraní). Así dio con Dina Mereles y su marido Antolín, maestros de la técnica pero además conocedores de primera mano de la cultura guaraní. Se armó un grupo al que se sumó una chica japonesa, Kumiko Kuno. Ella vino a Buenos Aires acompañando a su marido, profesor de literatura latinoamericana con un posgrado por delante en esta ciudad. A Caro le llamó la atención el hecho de que Kumiko tomara nota, porque la transmisión del ñandutí es más bien oral. Un cuaderno Rivadavia a lunares, diccionario, machete. “Era estudiosa y perfeccionista”, recuerda. Pero cuando lo vio, se dio cuenta enseguida del valor que tenía. Y tiempo más tarde le propuso editarlo. El resultado fue la publicación El cuaderno de ñandutí de Kumiko que ya agotó su primera edición y del que pronto saldrá una segunda tirada.
Caro no se explica cómo, pero a Guaraní Porá se acercan muchos japoneses en busca de un souvenir, un objeto único. “El japonés entra acá y conecta directamente con las piezas. Es más visceral su conexión con ellas, a diferencia de los argentinos, que rápidamente te preguntan cosas”, cuenta.
Este año Guaraní Porá desembarcó en Japón: primero a modo de pop-up store, pero a raíz de esa experiencia Gran Pie, una tienda con una tradición de 45 años en Kioto se interesó por las piezas, que ahora se pueden conseguir también allí. Todo esto gracias a Rina Ishizuka, otra alumna japonesa del taller que, junto con Caro, estaba convencida de que un pedacito de Paraguay y de Argentina, merecían un espacio en el país del sol naciente.
Guaraní Porá: Ravignani 1441
FB: guaranipora