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Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

EL BIENESTAR ES UN POMELO JUGOSO (O NO)

Actualizado: 4 mar 2021


Hace poco volví al pomelo, en el sentido de que volví a comerlo. ¿Cómo aconteció semejante quiebre en el continuo espacio-temporal? Se preguntarán ustedes, obligados a la retórica…

Pues fue en una de esas pausas que hace el verdulero cuando te pregunta si querés algo más; le dije que sí, quería algo más, pero no sabía qué. Entonces vi los pomelos. Dame un kilo de pomelo.

No sé cómo predije que la fruta colgaría suelta y pesada aún dentro de su propia cáscara. Cómo supe que el relleno sería casi dulce, pasajero de su propia amargura.

Iggy Pop creo que se refería a lo mismo, a ese modo de estar flotando en uno mismo cuando decía que él era el pasajero. ¿Era Iggy Pop? Suponemos que sí. El pomelo en este caso estaba haciendo un trabajo excelente de transmitir esa sensación, la del pasajero.

Cuando llegué a casa, guardé la fruta en el cajón de abajo de la heladera. Necesitaba un par de días para madurar la noción de que el pomelo había vuelto a nuestras vidas en el momento menos pensado, como una adivinación azarosa en una feria callejera que luego debemos cumplir por miedo a ofender al destino.

Al fin, llegó el momento: saqué “una de esas” frutas y la puse en un plato chico, en la mesa del comedor… muñido de un cuchillo procedí a comerla.

Y ahora viene lo extraño: mientras pelaba el pomelo descubrí que podía desprenderme con absoluta facilidad, en cada nivel, de las barreras que la fruta ofrecía respecto de su fuero más íntimo, o sea, primero saqué la cáscara, luego esa calza blanca ajustada bien amarga, y por fin también la “bolsa” que recubre el archipiélago de micro gajos que componen la verdadera esencia del pomelo, su expresión mínima.

No sé si se entiende esto que digo, pero voy a suponer que sí, porque creo que todos tuvimos ese pensamiento alguna vez: ojalá los cítricos consistieran sólo de su fuero más íntimo, sólo de esas micro gotitas de sabor envueltas en paquetitos del tamaño de una gota, cuya fibra tan delgada a veces rompemos con sólo tocarlas con nuestros dedos.

A lo que voy es que yo lo logré, lo estoy logrando con estos pomelos; empecé a lograr una apertura absoluta de cada gajo que deja expuesta la colmena de micro gajitos, y eso es todo lo que como, los micro gajitos que se aferran unos a otros quizás por la costumbre de haber nacido juntos.

Esta técnica requiere que coma con las manos al modo de un salvaje, y en el plato chico que me acompaña dejo un amasijo de fibra y cáscara, el tejido conector de la fruta, lo feo, lo que necesariamente debe acumularse para que yo guarde en mi interior sólo el jugo, el sabor; lo mejor.

Y ahora viene lo extraño parte dos: no termino de entender si esta técnica es una virtud mía, adquirida quizás con la paciencia que enseña la edad, o si es una adquisición genética de la fruta, que ha empezado a venir con ciertas modificaciones en favor de mostrarse más sabrosa.

¿Es el pomelo el que ha cambiado o soy yo?

¿Será posible que seamos los dos juntos?

¿Existe un campeonato de pelado de pomelo?

Creo que ese título me corresponde, si es que existe: el campeón del pelado del pomelo. O si no el pelado del pomelo, a secas; si me vieras con un pomelo, fuera de contexto, pensarías en mí como “el pelado del pomelo”, porque soy pelado y en este caso hipotético estaría sosteniendo un pomelo.

Misterios sin resolver. Para todo lo demás, existe la Internet, o el barrio de Villa Crespo, que es como un modelo del universo a escala; como un pomelo, una vez aplicada mi técnica de campeonato, cuando queda sólo lo de adentro, lo mejor. Eso es Villa Crespo.

Y usted pensará que se lo digo porque estamos en una revista barrial, pero no… es absolutamente cierto. Para un conejo es imposible físicamente mentir. Lo que no significa que todo lo que digamos sea siempre la verdad.

Desde ya, muchas gracias…

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