* MAXIMILIANO PAPANDREA ES EDITOR DE EDITORIAL SIGILO. VIVE EN CASTILLO ENTRE MALABIA Y ACEVEDO.
1. Shan Dong
VERA 468
El restaurant es algo lúgubre y la decoración desalienta hasta al más audaz. La primera vez que fui había una silla sosteniendo la puerta, como si estuviese clausurado. Por suerte un hombre desde el fondo me animó a entrar. Sin dudas Shan Dong es uno de los tesoros de Villa Crespo. Atendido por una familia china, ofrece auténtica comida china casera. Uno abre la carta y tiene la sensación de que hay un mundo por descubrir. Hay que pedir señalando con el dedo las fotitos de los platos porque las personas que atienden no hablan castellano. Y la cocina, siempre con la puerta abierta, es una atracción en sí misma: mientras una señora agita el hacha ante cada nuevo pedido, hay niños riendo. Todo lo que sirven es exquisito. Los ravioles a la plancha, un manjar.
2. Merengue
MALABIA 722
Podría tratarse de una típica panadería de barrio, pequeña, modesta, de batalla, si no fuera porque hacen medialunas que están entre las mejores que comí en mi vida. En realidad, todo lo que elaboran ahí es rico y de excelente calidad. Las facturas, la pastelería, el pan, los sándwiches. Y todo es fresco y está recién hecho en la cocina que se atisba desde este lado del mostrador. La atienden una chica y dos chicos con onda y un cuidado por el detalle que se agradece con una sonrisa de felicidad.
3. La Cueva
JUAN RAMÍREZ DE VELASCO 801
Velasco y Gurruchaga es una esquina que me encanta, sobre todo los sábados al mediodía, que se pone animada y bulliciosa, sin nunca espantar. Justo en la esquina, entre pizarrones que le dan un aire de puesto playero, está La Cueva, un local de comida al paso con mesas al aire libre donde sirven hamburguesas, wraps y licuados absolutamente deliciosos. Las opciones del menú tienen nombres de calles (las de la zona, por supuesto) y si no menciono mi favorita es porque cambia cada vez. Comer una hamburguesa con una limonada de menta y jengibre en el sillón de madera que hay afuera mirando la gente pasar es una experiencia que recomiendo.
4. A Slot
SCALABRINI ORTIZ 818
La pista más grande de Sudamérica está en Villa Crespo y en un local de vidrieras desiertas, salvo por una colección de autos de carrera primorosamente dispuestos y dos o tres muñequitos colgados del techo. Lo que hay adentro es otro cantar. Vitrinas llenas de piezas de automodelismo a radiocontrol, réplicas en miniatura de coches antiguos, comandos, repuestos y cinco pistas en su correspondiente maqueta (con túneles, montañas y puentes) en donde un grupo de personas, sin que nos enteremos, corren competencias anuales por las noches. No me interesan los autos de ninguna clase, pero me gusta pasar por la puerta y saber que ese mundo lleno de particularidades vive ahí.
5. LA CALLE CASTILLO
En Castillo, en el tramo que va desde Acevedo hasta Uriarte, los altos plátanos de copa frondosa que hay a un lado y al otro del empedrado forman lo que algunos llaman un túnel verde, un paisaje urbano especialmente hermoso en las tardes de sol de primavera y verano, cuando el barrio está silencioso y descansa. Calle y veredas en sombras, el verde traslúcido del techo de hojas bien alto y el cielo oculto detrás, como una intuición luminosa. El octavo piso en donde vivo mira a ese tramo de Castillo. Hace poco más de dos años que vivo en Villa Crespo y los miro cada día desde mi ventana, siempre iguales y siempre distintos.