Sobre la calle Apolinario de Figueroa 134 hay una casa que es una galería. Se llama Moria. Cuando la persiana está abierta se ve una de las habitaciones que da a la calle. A veces hay kimonos colgados, obras de papeles recortados. La última muestra allí montada se llamó Tenedor Libre, de Juane Odriozola. Una serie de bolsas de plástico de colores apiladas. Bolsas rectangulares que de lejos, en esa composición, parecen un diskette. En una esquina, en alguna otra parede, estantes de madera con colores enmarcados. Colores planos como los de las bolsas.
Hoy, un mediodía de lluvia a mediados de junio, las paredes están blancas. La habitación vacía. Sólo hay una tabla con dos caballetes. La obra está apilada en esta mesa. Son dos pilas de prints, habrá unas 120, todas distintas, todas coloridas, todas atrapantes. Cuando me siento miro una por una, separo las que más me gustan: un tigre azul con rayas rosas apoya sus patas sobre una chica con campera inflada; otra chica que parece sacada de The Sartorialist posa como mirando a la cámara con capas distintas de ropa, una capucha, una pollera con estampas. Mi preferida: una geisha de espaldas se mira al espejo en sentada en el piso de un living poblado de elementos: un jarrón chino, una pecera, biombos, un plato con peras con una paleta a lo Matisse.
Estos prints fueron hechos con computadora e impresos en un papel medianamente grueso, de 250 gramos. Santiago Paredes es su autor y es quien dirige este espacio. Moria. La galería tiene otras dos habitaciones, una para exponer y otra que es una especie de closet con percheros de los que cuelgan los kimonos estampados y otras prendas. El buzo que viste hoy Santiago es de su producción. Y almohadones, algunos de hasta 150x100 cm. Es como tener un cuadro textil hecho almohadón.
Hace dos años que él y su novia Lucía, con quien lleva adelante este proyecto, se instalaron en Villa Crespo. “Tengo muchos amigos artistas y trabajar con ellos es un placer. Estás todo el tiempo viviendo una ficción, preocupándote por cosas absurdas. Siempre buscando soluciones en una economía de recursos. Se generó una camaradería de barrio espectacular, somos amigos de las chicas de Hache, de Selva Negra. Del mundillo está buenisimo el nivel de afecto. Sentimos que somos un club, un lugar relajado a donde la gente puede venir a charlar. En otros contextos, de una vernissage por ejemplo, hay una frivolidad latente que no buscamos.
Hace poco estuvieron en ArteBA, ¿cómo les resultó esa experiencia siendo una galería más outsider?
Estuvo bueno, fue como una oficialización del proyecto. Tenemos un tinte más relajado, informal pero amistoso. La categoría de la galería es dentro de una casa, hace que sientas su intimidad. Me pasa que quizás no entro a alguna galería porque me dan pánico sus cuestiones de etiqueta. ArteBA nos obligó a terminar de armar el statement, la página web, oficializar nuestro staff de artistas. Nos profesionalizó, que para entrar en el radar de la órbita del coleccionismo es necesario. Puse un perchero con los kimonos estampados que hago, que estaban a la venta. La gente se sintió descontracturada con eso, no entendían, algunos me preguntaban si era una instalación, si se podía tocar.
El perfil de la galería es de un coleccionismo accesible. Quizás en el stand de al lado las obras costaban 3000 dólares 4000 pesos te comprabas un kimono. Me abrió a un público masivo. Una señora me dijo “me encanta lo tuyo porque es lo único que entiendo”. El arte contemporáneo tiene una distancia cínica y hay gente a la que quizás le resulta violenta. Eso pasa mucho en ArteBA o en cualquier galería. Yo trato de ser un poco más amable.
Una vez dijiste que si pasás dos horas mirando una pintura la vas a entender. ¿Cómo sería eso, de qué se trata entender una pintura?
Descubrí que en el Goethe Institut de la calle Corrientes podés sacar 10 libros por mes de la biblioteca. Así conocí a Sigmar Polke, Gerhard Richter, libros de fotografía alemana… sacaba los libros y los miraba como si fuera una aspiradora, chupando toda esa data. Me quedaba 20 minutos mirando una pintura como si estuviera viendo Cartoon Network y así terminás en una especie de diálogo. A mi me pasa porque soy pintor. También estudié música, la escucho y pienso qué pasa ahí. Eso es perturbante, no puedo escuchar música tranquilo porque todo el tiempo estoy tratando de descubrir el truco del mago. En la pintura me pasa lo mismo. Veo un libro con 100 pinturas y hay que me deja freezado y ahí digo acá hay algo. En el análisis de pintura hay algo que se llama “blink”, el pestaneo. Es cuando ves por primera vez una obra y esa reacción es la vital. Toda esta carga emotiva que transfieren las obras de arte en la pintura es muy instantáneo. Un libro o una película, tenes que leer o ver enteras, una canción dura cuatro minutos, una pintura no dura nada. Hay obras que iba a ver al Bellas Artes hace 10 años, hoy las veo y ya no me producen nada. Pero hay una de Foujita que es increíble, me flashea cuando no ves las cosas de primera mano y esa pintura abajo tiene unos puchos, un lápiz. En un pantallazo general no lo ves pero cuando prestás atención ves toda una dedicación, un amor, una soltura. Siempre que lo veo es como un descanso. Como encontrarse con algo que comes que está bien hecho y con amor. Te nutre.
¿Cómo es tu proceso de trabajo, desde dónde partís?
La cuestión física de las obras si bien puede ser en seda, o acrílico, cortinas de baño, o papel, todo eso viene después, primero viene la imagen. Genero una imagen, pinto todo en la computadora, con el mouse empiezo armando un collage de cosas que me interesan por ejemplo saqué una foto a una esquina que tenía un negocio con una determinada paleta, saco esa paleta y de golpe vi una foto de Dolce Gabbana de una chica y vi un kimono y salió una parte de ese kimono para usar de fondo para esa chica. Para hacer una pintura necesitás la tela, el bastidor, los pinceles, las pinturas, yo solo necesito la corriente eléctrica y el Photoshop. Puedo pensar cualquier cosa: escala, paleta, no necesito lugar donde guardar. Hago un montón de formitas, las recorto y las pego en otro lado. En un medio digital es muy difícil contemplar el error, que en la pintura es tan lindo. Por eso trato de ser torpe cuando uso el mouse. La lógica vectorial es muy pulida y eso no me gusta. Yo simplemente pinto en digital.
¡Como Hockney!
Claro, Hockney para mi es un super referente, además de su obra hecha en Ipad me sirvió saber que tenía una especie de jurisprudencia en el arte. Cuando empecé con esto muchos de mis colegas se preguntaban cómo se vendería mi obra. Al principio experimentaba en Photoshop y después pintaba eso mismo. Hasta que simplemente las obras que hacía en la compu me gustaron y empecé a pensar cómo hacer para que fueran un objeto. A mi me encantan los objetos. Agarro cosas de la calle que tienen formas lindas.
Además sos muy prolífico...
De golpe en una semana hago cinco obras y quizás pasan dos semanas en que no hago nada pero me agarra síndrome de abstinencia. Algunas obras ni sé cuando las hice. Las veo de refilón y me sorprendo. Trato de cargar mis obras de muchas cosas para que no se agoten. A mi me mega encanta el minimalismo y veo una obra de Ellsworth Kelly, que es un semicírculo azul y me pongo a llorar pero eso no lo hago en mi obra. Mi obra no es barroca sino que tiene múltiples tensiones que aprendí de la estampa japonesa. Mirá esta imagen por ejemplo. Tiene otra imagen adentro, podés recorrerla mil veces. Si tuviera una imagen más lineal, menos prolija siento que me aburriría. Vendo originales múltiples, textiles y la verdad que si tengo que repetir una imagen 20 veces me aburro entonces trato de que se agoten lo más lento posible, como si fuesen una especie de fósforo gigante.
¿Cómo es hacer arte en tiempos de Macrisis?
Es imposible. Un millón de veces pensamos dejar la galería porque es mucho más la guita que sale que la que entra. Hacer obra, en sentidos prácticos tampoco tiene sentido, pero lo hacés igual. Hoy voy a un proveedor a comprar tela cuesta esto y después en dos semanas es otro precio. Tengo que acopiarme material. Gasté 10 mil pesos en papel para imprimir todo ahora y pareciera que me sobra la plata pero no, lo hago ahora porque sé que no voy a poder hacerlo en octubre cuando sean las elecciones. Es loco igual que en un contexto de crisis alguien se compre una obra como un kimono que no tiene un precio prohibitivo pero hasta ahí porque no es para usar todos los días ni va a pagar la matrícula de la escuela. Yo cuando estoy mal voy y me compro un libro. De alguna manera el capitalismo te tiene acostumbrado a satisfacerte a través de impulsos materialistas.
La conversación sigue y sigue pero a los fines prácticos de este espacio en papel me temo que debo cortarla. Repasando todo lo dijo veo este gesto de amabilidad que mencionaba Santiago: se toma siempre el trabajo de ilustrar todo con ejemplos, una especie de afán didáctico. De hecho él dicta un curso de Historia del arte. El punto de partida es la muestra alemana “Attitude became form” (1969) y llega hasta 1999, que marca el fin del mundo: la rebelión de las máquinas. Toda su teoría acerca de este recorte es super interesante, pero no hay espacio. Los invito a cursar ese taller. Entre muchas otras cosas le pregunto a Santiago sobre su familia. De su abuela Elsa cuenta que cosía y arreglaba cosas. “Para mi era una artista: agarraba un repasador y lo unía con otro. Hacía cosas sin motivo, había en ella una pulsión creativa, un afán por construir un lugar mejor. Ahora lo pienso y en retrospectiva lo que hago tiene que ver con eso”.
Se escuchan los colectivos que pasan. La ventana está abierta en esta galeria-casa. Una vecina pasa y llama a Santiago. “Vi una campera que quiero comprar”, dice. Él le habla desde la ventana. La galería en la vereda. La galería amable del barrio.
Antes de irme, aún en la puerta la conversación sigue. Santiago me cuenta acerca de las tres virtudes chinas. Trato de retenerlo, ya no estoy grabando, tengo mala memoria y se que me voy a olvidar este nuevo cuentito. Esta ficción.
Fotos: Juan Jesús Castro - @juanjesuscastro - @altasecuencia
Commenti