“ME SALEN LINDOS LOS CAFÉS”
Esta entrevista es un poco atípica porque excede al barrio. De hecho, Café Lo-fi queda “a pasitos”, en Caballito. Pero el espacio y el personaje de Pablo son tan grandes que vale la pena excederse de los márgenes de Villa Crespo para abarcar una ciudad en la charla. Conversamos con Pablo Osan, el genio detrás de la reapertura de El preferido, cómplice junto a Julián Díaz de cuatro puntos emblemáticos de la ciudad: La fuerza, 878, Los galgos y Roma. Y dueño de su propio espacio, Café Lo-Fi.
Cuando Pablo Osan cerró las puertas de Santé, una isla en medio de los outlets de Villa Crespo, dijo que nunca más abriría uno. Cuando anunció que tenía un nuevo proyecto y Café Lo-fi abrió sus puertas en septiembre del año pasado quienes recordábamos esa afirmación pensamos que no resistía un archivo pero al mismo tiempo sonreímos: qué alegría volver a contar con un espacio pensado por Pablo. Café Lo-fi es claramente hermano de Santé: buena música, un local que conserva huellas de su pasado (una lámpara que quedó, los ventanales a la calle), un rico café y pastelería y sándwiches deliciosos. También esa sensación de estar en un espacio que conjuga muy bien el pasado y el presente. Lo-fi es algo atemporal. El sol se cuela por la vidriera, hay mesas en la vereda, y plantas que se mezclan con las tazas de café. Lo-fi es un café de barrio.
“Me salen lindos los cafés”, dice Pablo entre risas. Y tiene razón. Me dan ganas de preguntarle muchas cosas pero principalmente, cómo lo hace, en qué consiste su trabajo. Esta entrevista va un poco por ahí. Curiosamente la charla arranca por Japón. “El café de especialidad se originó ahí, en Japón… bueno, también en Australia. Acá está en su auge o decadencia, porque se re contra popularizó. Eso va a decantar. El Tortoni tiene 100 años, asi que acá se toma café hace 100 años. Hay una tradición y un gusto adquirido”.
¿Qué es Café Lo-fi?
Lo que siempre fue un bar: lugar de encuentro, de refugio en la cotidianeidad. Un lugar de encuentro con uno, con otros. Pero con un café rico. Acá se toma café hace cien años pero el promedio es malo: café mal hecho, con gente sin capacitación, máquinas sin higiene. Lo que intentamos es juntar la tradición de la función del bar con un café rico y nada más. Queremos que sea el punto de encuentro entre vecinos. Si logramos eso la cuestión económica viene sola. cada vez veo que las cosas genuinas son las que más se terminan valorando y apreciando. Lo-fi es un espacio intermedio entre el típico bar de viejes y el café de especialidad moderno: acá no hablamos de flat white, doppio, acá tomás un café con leche, doble, cortado, americano. Si pedís con la nomenclatura de especialidad te entendemos pero queremos que se hable como se habló siempre. De alguna manera es enaltecer, es hacer mejor algo que se hace desde hace 100 años.
¿Cómo se explica el boom de las cafeterías?
Es un fenómeno que viene de la mano de Pinterest, Instagram, que podés copiar muy fácil. No es una inversión enorme y hay una cuestión que es que para salir a comer hoy tenes que gastar $3000 por persona y podés juntarte a tomar un café con alguien y gastar $700 por persona. Acá en Buenos Aires siempre se está mirando afuera. En Santé hacíamos lo mismo, teníamos un café de especialidad cuando todavía no se sabía lo que era eso.
Buen café y buena música, acá y en el el viejo Santé…
Es Lo-fi por eso. Nació en la pandemia por la necesidad de compartir. Iba a ser un podcast y no tenia la guita ni el conocimiento. Se iba a llamar mingus café, por Charles Mingus… Las listas de Spotify que musicalizan acá las encuentran en nuestro Instagram @jazzenlofi
Estaba esta idea de que nunca más ibas a abrir un café…
Totalmente. cuando yo cierro Santé el dólar se disparó. Decidí no hacer un negocio y vine a ver este local. En la pandemia pasaba y lo miraba… abrimos en septiembre del año pasado. sabiendo que la época era mala, que podía venir otro cierre pero también sabiendo que en algún momento iba a pasar. Y que podía estar bien. Y los bares me salen lindos, me encanta hacerlos y quedan bien. Abrimos y somos autosustentables desde el primer día. No somos una cafeteria, acá la propuesta pasa por otro lado: que traigas un libro, estes acá media hora leyendo…
¿Cómo es tu trabajo? ¿Cómo es armar un bar?
Hago bares para otros. Ese es el laburo que más disfruto. Hacerlo e irme. No hay uno igual a otro. El resultado final se parece porque en un bar, pero el recorrido siempre es distinto. Tuve bares a lo largo de 20 años, y vas aprendiendo, es un oficio y mezcla desde la decoración de interiores, legales, contable, recursos humanos. En mi caso es volcar todo mi recorrido en eso.
¿Cómo alimentas ese universo? ¿De dónde sacás las ideas?
Hay algo que aprendí en el año de la pandemia. Donde más me nutro es de laburar en proyectos que no tienen nada que ver el uno con el otro. Uno es diseño, el otro armar una estrategia comercial para vender bebidas, pensar un espacio, y estar en contacto con gente de cada uno de esos proyectos es un delirio: estoy en una reunión para ver una etiqueta de un whisky, salgo y me meto en otra para entrevistar gente que va a trabajar en un stand para vender yerba. Es un quilombo pero ahí escuchas y ves de todo y sos permeable a todo eso. Terminás aplicando cosas que no las verías de otra forma.
¿Por ejemplo?
Con Julian (Díaz) laburamos en cuatro proyectos: La Fuerza, 878, Roma y Los Galgos. Super distintos en sus propuestas. Hay mucho respeto a la identidad de cada uno, aprendí un montón trabajando en El preferido. Soy de exigirme mucho pero aprendí a volcar esa exigencia al proyecto. Laburo con Carlos Bayala (asesor de comunicación de la NASA, que colaboró también en el proceso de pacificación de las FARC en Colombia, que trabaja con marcas globales) con la yerba Porongo. Esa amplitud, si logras bajarla a un papel y a un lugar, es la clave.
¿Cómo fue cambiando el mapa de la gastronomía argentina en los últimos años?
-El porteño promedio que sale y va a bares por lo general viajó y reconoce la calidad, pero no está tan dispuesto a pagar un poco más este café que el de Café Martinez. Acá hay una cantidad enorme de degustaciones de vinos, de té, clubes de yerba, hay sommelier de yerba; hay una curiosidad por ir al origen del producto. Ahora se abrió mucho la información. Hace poco leí una nota interesante: habrá Oreo veganas. La industria ya se metió, ya se dio cuenta de que el veganismo es una tendencia que va a crecer un montón. Van a ser productos veganos pero con sellos negros (si sale la ley) porque super procesados. Siempre hubo opciones veganas. El sin tacc es más jodido, pero una gruta fresca es sin tacc. Lo que cambió es que hay más conocimiento y eso levanta la vara.
¿Y cómo fue cambiando el uso de los cafés a lo largo del tiempo? Pienso en el home office de los últimos tiempos, ahora también son espacios de trabajo.
El otro día una chica japonesa tuvo una sesión de terapia, con el teléfono apoyado en la mesa, ahí en la vereda. Lloraba… Se sintió a gusto acá como para tener su sesión. Después hay gente que viene a leer. Los bares que terminan funcionando son los que hacen que la gente se sienta cómoda. Nosotros le damos mucha importancia a eso. Yo quiero que venga el vecino, que le encuentre una funcionalidad al bar. Hay un montón de lugares que se arman pensando la foto de Instagram. Que no está mal, pero cuando se arman pensando solo en función de eso… En Google tenemos criticas super buenas y todos resaltan la atención, eso es algo que también se perdió. Yo busco gente desde lo humano, no me interesa un barista super campeón, me interesa alguien que humanamente me cope. Después el resto es aprender algunas cosas de un oficio.
Contanos acerca del torneo de ajedrez que empezó a funcionar acá.
Fue una idea de mi hijo Martin. Los que vienen juegan al ajedrez en general viven cerca. Son chicos y chicas jugando al ajedrez, con una buena onda total. Cuesta $350, lo que vale un café. El ganador se lleva una bolsa de café y el segundo un paquete de yerba. Se está generando algo lindo.
Me quedan estas ideas de toda la charla: lo emocional de cada lugar, los espacios con identidad propia…
Si queres tomar café y el lugar es divino pero el café es malo, no volvés. si el producto primario está bien y encima te sonríen te conocen y te tratan por tu nombre, esa pertenencia, construirla es buenisima. es lo dificil tb, ahi es donde nos queremos diferenciar de las cafeterías: son muy despersonalizadas. tener una vidriera con un agujero para que pases caminando y tomes un café y te vayas, es algo traído de afuera y alimenta un vértigo que no está bueno: “tomate un café caminando y no pares”. Todos, o al menos un grupo, ponderamos las disquerías: porque era un lugar de encuentro. Se armaba una cosa social. Vos te comprabas un disco de los Stones, yo uno de Zeppelin, venías a mi casa a escuchar el mio, yo iba a la tuya a escuchar el otro. conocías una banda que tocaba, te hacías amigo, vos eras de Caballito pero estos de Lugano y te movías. Si al bar, al café le sacás la parte humana, ¿qué queda?
Café Lo-fi: Arengreen 690
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