Al filo del fin de año descubrí -porque alguien me lo dijo, no es que sea Ludovica Skerre- que el veintitrés fue el año del conejo; es probable que ya supiera esta información, pero que la hubiera guardado oportunamente en el cajón sin fondo de las cosas que me importan un pomo, donde cada vez van a parar más cosas… el tema es que al enterarme comprendí que mucho de lo sufrido a lo largo del año pasado probablemente fuera un aprendizaje, y nada me resulta más odioso que el sufrimiento didáctico, así que doble fue mi enojo contra las fuerzas místicas de la predicción mística.
Al mismo tiempo, entre la sidra y el turrón, tal vez una incipiente diabetes me recordó que para mí el horóscopo siempre fue profundamente antimarxista. Y digo esto no como quien habla de Karlitos a boca de hoz y martillo, si no con la autoridad de quien ha leído completa su página de Whiskypedia. x que el horóscopo es antimarxista pues, ¿cómo es posible que los astros dispongan lo mismo a quienes nacen de lados opuestos de las proverbiales vías del clasismo ferroviario? A la vista se haya expuesto que el rico en muchos casos sabe vivir a pasitos del pobre, y que nacen al mismo tiempo unos y otros, y eso a los astros parece no importarles demasiado a la hora de repartir el cruel destino.
Tal vez debería cada horóscopo traer un apartado por ingresos, o por bienes personales, una franja impositiva estilo AFIP donde el que evade no recibe su bendita prosa. Tal vez entonces el magnate quiera declarar su condición, más no sea para garantizarse la fortuna que ese mes le toca según su fecha de nacimiento, pues me consta que el humano es muy de querer adjudicarse un poder sobre el futuro, predecirlo, ya sea en relación al clima, a la bolsa, o al balón.
El caso del zodíaco es hasta un poco menos pretencioso que su contraparte oriental, al agrupar a “la gente” por mes de envasado, a diferencia del chino que lo hace de forma anual; claramente es más costoso para el destino diferenciarse cuando un pueblo consta de tan alto número de destinatarios. También es probable que al vivir agrupados y bajo un signo político menos cambiante, muchos orientales compartan junto al arroz la posibilidad escasa de un viaje, un amor, o una sorpresa.
A esta misma inclinación anual responde, si no me equivoco, el colorido horóscopo Maya, que coloca a quien suscribe en la categoría de “Estrella Cósmica Amarilla”. Aunque dos cosas me hacen dudar de este sistema místico descriptico: una es que -al igual que tantos optimistas del fatalismo- en el 2012 me quedé esperando un rapto de fin del mundo que no llegó, y para eso vendí mi colección de pantuflas de Luis Brandoni, y dos, sé que uno de los adjetivos con los que el horóscopo Maya adorna a sus descriptos es “Eléctrico” -ahí donde yo soy “Cósmico”- y es sabido que los Mayas no andaban a enchufe ni a pilas, ya que eran gentes de antes de que los mortales tuviéramos cortes de luz.
Así es que a fin de cuentas prefiero adscribir al horóscopo bielorruso, que consta de una sola categoría: El Sufriente. Y un solo destino: La Tragedia. Y con esto no sólo se ahorran tinta y papel sino también -y mucho más importante- esperanzas, que son costosas de producir y tortuosas al desechar; peor que cuando se pudren las milanesas de pollo en un freezer que no friza.
Por todo lo anterior recomiendo al barrio que este verano no acumule milanesas de pollo ni esperanzas, y que salgan a la calle cuando sientan el rumor del barrio que se expresa, pisando el asfalto cual colectivo de su propia línea, pues nuestro destino es probable que lo tengamos compartido en forma local, en coincidencia temporal, y a lo largo y ancho de las calles y avenidas por las que circulamos como electrones de un circuito cuyo propósito desconocemos, como cualquier buen hijo de electrón.
Asimismo, entiendo que muchos y muchas elegirán para esta temporada -y tal vez para los próximos cuatro años- fingir demencia. En ese caso les aconsejo dejar en algún lado, con algún pariente o amigo, adentro de un libro de Harry Potter o Guido Kafka, una nota, una carta, una señal, algo que permita luego, al concluir la función, reconocer a quienes fingían de quienes creían verdaderamente en esta realidad como necesaria e ineludible, pues de ellos estará hecho el reino de los “oh, cielos”.
Hasta entonces, me despido a mí mismo y les deseo que el destino los trate con cariño de conejo, que es súbito, arrebatado, y por sobre todas las cosas… mullido como axila de panda en cautiverio.
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