El otro día fui a la verdulería a comprar dos kilos de zanahoria y me cayó la AFIP, pero no a hacer una auditoría… simplemente a morfar; se ve que andan con hambre porque trajeron entre quince un mendrugo de pan y se lo comieron rapidito: al quinceavo le llegó nomás un suspiro de levadura y un acta que debió oportunamente firmar, con los ojos húmedos de hambruna y burocracia.
Me informaron los quince que andan parando en un terreno abandonado por Thames y Padilla, donde manejan una agencia clandestina de recaudación fiscal; dicen que a veces salen, al cobijo de las noches sin luna, a fiscalizar gente al azar que encuentran por la calle: por lo general brasileros que deliran Reales en outlets de ropa y hamburgueserías boutique. El problema con los brasileros es que son inmunes a la AFIP, los protege un manto de extranjerismo, por eso los muchachos los odian y los imitan con desdén -deme dois, deme dois- sin percibir que un poco se burlan de sí mismos.
Al parecer antes eran muchos más los muchachos de la AFIP, pero en un momento se escindieron en dos grandes bandos: unos, “Los Dependientes”, se habían radicalizado y tenían por misión reemplazar la estatua de Pugliese de Scalabrini y Corrientes por una de Roberto Lavagna. Nunca supe si tuvieron éxito o no debido a que Pugliese y Lavagna no son tan disímiles entre sí como uno creería con antelación, al menos en versión estatua; o tal vez soy yo, la verdad que los humanos me parecen un poco todos iguales.
La otra gran vertiente de los muchachos de la AFIP se había vuelto medio una secta de atontados intencionales que se autodenominaban “Los Ingresos Brutos”. Nunca se bañaban y de sus camisas quedaban apenas jirones que les colgaban del cuello cual volados de arlequín. “Los Brutos” continuamente se desafiaban entre sí a pruebas de resistencia tanto físicas como mentales. Pocas veces lograban superarlas, y festejaban el fracaso con una alegría por lo general violenta y alcoholizada.
Ya ni tenían registro de cuánto ni cuándo gravaban, lo hacían casi ritualísticamente en turbas galopantes y ruidosas que a veces terminaban en tragedia, como el “incidente Grido” del otoño pasado, cuando unos “Brutos” paralizaron Juan B. Justo para una competencia de consumo de menta granizada que terminó con la intervención de los bomberos, que bien cerca estuvieron de cambiar de bando y prenderle fuego a todo.
Pero al parecer “Los Brutos” también se disolvieron en nuevas fracturas internas: algunos pusieron una gomería erótica en avenida Warnes y Lobato, donde dicen que dan rienda suelta a su hedonismo mecánico. Otros “Brutos” andan sueltos. Me pareció ver a un par en un café de especialidad de la calle Araoz y Montreal, peleando con una máquina expendedora de arte moderno.
No sé, la verdad es que no puedo juzgarlos. Recuerdo cuando eran quince en mi cocina y soñaban con una dependencia propia. ¿Quién hubiera dicho en ese entonces que crecerían para ser tal banda de inadaptados?
Lo último que supe de “Los Brutos” es que se habían congregado en un trencito de la alegría que ahora usaban de base, con el que recorrían el barrio mal disfrazados de personajes infantiles y superhéroes. Si los ven, háganse un favor y corran, no traten de ser valientes, y no demuestren curiosidad. Lo mejor es hacer de cuenta que son eventos sobrenaturales y negarlos con explicaciones científicas.
Recuerden qué, al igual que todo, estos también pasarán…
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