Malena vive en el barrio de Villa Crespo, Buenos Aires, y practica un antiguo ritual japonés: la ceremonia del té. Cuando la llamé para organizar la visita, me contó que hacía una ceremonia por estación y me pidió que espere dos semanas hasta la próxima, en este caso la de invierno. Sentí que la visita ya había comenzado con ese compás de espera.
– ¿Malena, qué es lo que te empuja a salir de la cama a la mañana?
-Antes había una motivación externa, ahora que acabo de tener un bebé, todo cambió. Entre el colecho y dar la teta nunca sé muy bien cuándo me despierto, es muy difuso el momento en el que empieza el día. Pero con respecto a la motivación, lo que me motivaba, y lo que me motiva incluso ahora, es desayunar: es mi momento de la mañana y siempre me tomo el tiempo para hacerlo tranquila. Antes de dormir pienso “Mañana me voy a tomar un café”.
- ¿Cómo fue tu recorrido hasta llegar al Chado, el camino del té?
-Viéndolo en retrospectiva, porque uno vive y después arma el relato, fue increíble. Mis abuelas estuvieron muy presentes durante mi infancia, me cuidaban y yo pasaba muchas horas con ellas. Mi abuela materna es sensei[1], ella empezó a estudiar cuando se convirtió en abuela, más o menos a los 50 años (ahora tiene 88 y sigue enseñando) y, pensándolo en paralelo, yo retomé las clases en esta etapa nueva de mi vida, la maternidad. Ella me llevaba a las prácticas y yo jugaba sentada en el tatami con mi yukata. Me acuerdo de que el té matcha me resultaba muy amargo y ella me dejaba ella me dejaba comer y ella me dejaba comer el dulce y tomar el té al mismo tiempo, que es algo que en el protocolo no está permitido.
Después hice una carrera universitaria, estudié letras y periodismo, y en un momento por invitación de mi abuela, empecé a estudiar la ceremonia del té. Al principio iba cuando podía y después empecé a ir más regularmente. Creo que ella hizo el trabajo fino, dándome mucha libertad y sin presionarme, yo necesitaba para hacer primero mi camino y después dedicarme a esto.
– ¿Cómo influyeron los viajes en esta decisión?
Si bien había algo del té en mi universo infantil, fue mi primer viaje a Japón a los 31 años lo que cambió el rumbo de mi vida. Al año siguiente viajé dos semanas a Tokio con una beca del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón para jóvenes periodistas nikkei latinoamericanos, es decir, ¡exactamente para mí!. Yo venía practicando té pero no terminaba de entenderlo. Fueron estos viajes junto con las lecturas de algunos maestros lo que me ayudó a entender su significado.
– ¿Fue como si te hubieras tenido que ir lejos para ver lo que tenías cerca?
Exacto. Me parecía que el Chado era una tradición demasiado fuerte, que si yo la practicaba me lo tenía que tomar en serio y nunca me sentía lista, siempre tenía algo pendiente. Después empecé a darme cuenta de lo mucho que todo eso tenía que ver con mi vida, y ahí fue que dije sí, lo tengo que hacer. Fue algo que siempre tuve cerca pero tuve hacer mi propio proceso para, finalmente, poder elegirlo.
– Contame sobre tu tercer viaje.
Fue una experiencia de un año en Kioto que es donde floreció la cultura del té, sólo viviendo ahí se respira ese aire. Estudié en la escuela Urasenke con chicos de Eslovenia, Finlandia, Bulgaria y Estados Unidos, siempre éramos 8 personas conviviendo y compartiendo. En algunos momentos también había estudiantes japoneses que concurren ahí durante 3 años. La escuela tiene un programa para extranjeros, Midorikai, en el que admiten estudiantes de todo el mundo con una formación previa. De todas formas, como en toda disciplina japonesa, empezás todo de cero, lo cual está bueno, porque podés corregir algunas cosas y entender otras.
– ¿Cómo era tu rutina?
En Japón tenía una rutina recontra estricta en la que me tenía que levantar muy temprano, a las 5 o 6 de la mañana. Las clases empezaban a las 8 o 9 y necesitaba una hora para vestirme, peinarme y ordenar las cosas del kimono. Allá no podés improvisar, levantarte tarde y ponerte lo primero que encontrás, te tenés vestir con kimono lo cual lleva tiempo y además tenés que llegar antes de la hora porque todo tiene una antesala. Esta era una estructura muy diferente de la que yo tenía antes del viaje, cuando trabajaba en la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, un organismo dependiente de lo que antes era el Ministerio de Cultura.
– ¿Cuáles son tus influencias?
Hounsai Daisosho, gran maestro de la escuela Urasenke y decimoquinta generación de maestros en línea sucesoria desde Sen no Rikyu. Él publicó muchos libros, algunos de ellos se tradujeron al inglés. También escribía editoriales para la revista Chanoyu Quarterly de ensayos sobre la cultura del té en donde relataba sus historias de vida. Hoy tiene 96 años y sigue practicando, viajando y difundiendo la cultura del té por el mundo.
– ¿Cuál es tu caja de herramientas cuando practicás la ceremonia del té?
-Los preparativos para hacer el té tienen un orden y una manera, lo que los japoneses llaman kata o forma de hacer las cosas. Con el té pasa lo mismo que con la caligrafía, en la que hay un orden para trazar los ideogramas (de un lado hacia otro o de arriba hacia abajo) y eso se nota en el resultado. Las herramientas son la disciplina, la corrección, el detalle, la rigurosidad, la práctica constante. Uno tiene que hacer una y mil veces el mismo movimiento como por ejemplo el plegado del fukusa[2]. Hay que aprender a dominar algo, a perfeccionarse en algo aún sabiendo que la perfección en la práctica del té no existe porque ¿qué sería un té perfecto?
Cuando ves una práctica pensás que hay sólo estructuras rígidas, pero si bien el procedimiento es el mismo y tiene muchas reglas (se entra con un pie o con el otro), no sirve solamente estudiar los movimientos. También hay algo muy creativo y flexible, muy performático, un estilo, un toque final que le imprime uno. Como dice Sen No Rikyu, el primer gran maestro que dio origen a esta manera de estudiar el té, uno tiene que hacer el té con el corazón.
– ¿Y cómo se aprende?
Acá se la conoce como ceremonia del té que es una traducción del inglés, pero en japonés tiene un significado más profundo, Chado, camino del té o Chanoyu, una palabra que de por sí es un poema y significa agua caliente para el té. La manera de aprender es muy distinta de como se aprenden las cosas acá en occidente. No es un curso que empieza y termina con un certificado, es una disciplina en la que uno tiene un maestro como referente y que se practica a lo largo de toda la vida. Su sentido profundo es que no está separado de tu propia vida, cuando yo empecé a entenderla como una práctica cotidiana de limpieza, de búsqueda de armonía y de respeto hacia las cosas y las personas, encontré su verdadero significado.
– ¿Lo que sucede en un encuentro de té es un relato?
Sí, es un intercambio entre el o la anfitriona y el primer invitado o invitada. Cada elemento se elige pensado en esa persona, el tokonoma, que es el espacio de honor de la sala, tiene la caligrafía, el arreglo floral y los elementos que se van a usar que tienen una historia y una razón de ser. En un momento que ya está pautado la primera invitada puede preguntar sobre la taza que se está usando, el té que se está tomando, el significado de la caligrafía del tokonoma. Entonces la anfitriona empieza a contar el origen de esa taza, cómo llegó a sus manos, cuál es su nombre poético y eso es un relato. Cuando la comunicación funciona uno se va con un calor en el pecho, con una sensación de regocijo como cuando ves una película que te conmueve profundamente.
Es una forma de comunicación errante, y en ese errar radica toda su belleza.
– ¿Y qué es lo que te convoca de la ceremonia del té?
-Lo que te enseña el té va permeando tu propia vida, la práctica en el tatami no es diferente a tu cotidianidad. Aprendés a improvisar en el buen sentido: a ser flexible y no perder la calma ante los imprevistos. Lo que más me inspira, tanto en la escuela como en los encuentros de té que hago para abrir este universo que acá está bastante cerrado, es charlar con la gente que lo prueba por primera vez porque en esa ingenuidad vuelvo a encontrar el sentido. Este procedimiento se viene haciendo igual hace más de 400 años, es lo mismo y al mismo tiempo es distinto, porque yo no soy la misma persona que lo practicó hace 400 años. Me entusiasma poder verlo cada vez con ojos nuevos. El por qué practicás va cambiando con vos, no es algo estático, es algo que está en movimiento, y es ese dinamismo lo que me interesa.
– ¿Y cuál es tu forma de abordarla?
Mi abuela es una sensei tradicional, muy japonesa, da clases 3 veces por semana y siempre tiene todo listo. Yo soy una mente inquieta, quiero que esto se expanda, quiero compartirlo porque lo que me importa es la experiencia, que la gente se siente a probar el té, en el piso, en un parque, sacar el té fuera del tatami.
– Encuentro un parangón entre la ceremonia del té y la forma en la que vos llegaste a ella…
[1] Maestra de té.
[2] Pañuelo de seda.
[*] Esta entrevista forma parte de VISITA, una publicación digital de retratos y foto entrevistas breves a artistas de distintos lugares del mundo que lleva adelante la fotógrafa Laura Ortego. Sus temas son la construcción de la identidad, el pasaje de la infancia a la adultez, las migraciones y la cultura oriental.
Texto y fotos: Laura Ortego
Fuente: visita.com.ar (*)
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