A veces no sé si el tiempo pasa o sucede, así, todo junto y de golpe; siento que cada vez que pestañeo es año nuevo. Ayer nomás me preguntaba si este año podría ejecutar todos mi planes, que eran muchos: tenía planes laborales, planes artísticos, planes de salud. Y después todo marzo no tuve luz. Escribí al respecto “Lux Divina”, en la edición de junio de AVC, una vez que la energía había vuelto:
“Queda nomás la queja y una sensación de peligro pero poquita, ya casi nada. La luz de emergencia junta polvo y la heladera una vez más garantiza la perpetuidad de las milanesas, incluso las de pollo; todo gracias a la luz. Divina.”
Después ya para junio al parecer estaba pensando en clonarme y pudrirla toda con dicho clon, que sería robótico más no esclavo. Todo esto quedó reflejado en “El Clonejo”:
“Probablemente, con el tiempo, aparezcan los conflictos y debamos dividirnos el barrio; tal vez la calle Warnes sea un buen ecuador para nuestra guerra tibia, más que nada porque en Warnes las cosas cambian de nombre. Ha de ser un hechizo que arrojó un mago de paso por el barrio cuando este aún era una comarca.”
Después ya en septiembre arreciaban los problemas de salud, que siempre empeoran cuando uno los mira, porque la salud es cuántica. Sobre eso trascurre “Bajo presión”. Cito:
“Hacer dieta hiposódica en Villa Crespo es como buscar el Nirvana en la Rural, todo conspira en tu contra, empezando por las vacas; en el caso de la Rural porque son animales del jet set, y en Villa Crespo porque toman la forma del pastrón que las veinticuatro horas se cura en algún rincón del barrio.”
Igualmente, a pesar de todo este “tratar de estar mejor”, no va que me hago una intervención médica súper casual que sale mal y terminé internado; casi la Brian de Palmo un toque. Por suerte ya estamos todos bien, los treinta y tres, pero bueno, dicen que para hacer reír al karma hay que contarle tus planes.
Así que he vuelto a una saludable ignorancia, a tomar mi posta en el cráter del volcán y a rezar por que no me toque ser uno de esos que quedan hechos estatua cuando fluye la lava, más que nada porque tener que decidir en qué pose quedar para la posteridad me resulta un estrés inmanejable.
Algo tiene de eso terminar el año, poner un tope: hasta acá entran las cosas en el globo del veinte veintitrés, el resto vendrá en otro envase. Esta es la forma final de una serie que parecía tan urgente en su momento y que seguro después será recordada como “aquellos meses de calma, la campaña, la campiña”. De fatalista nomás lo digo, sin politizar el tema. La vida me enseñó a siempre apostar a perder. Perder es la que va, es la calma. Capaz sea sano perder un poco. Aprender a perder. Querer ganar todo todo el tiempo me resulta agotador.
Durante muchos años me consideré mitad judío, mitad Budista, o sea Budío. Más que nada porque me convoca eso de que uno ya tiene lo que más desea; no me acuerdo si eso lo dicen los judíos, los budistas, o la revista Billiken, pero estoy dispuesto a creer cualquier consigna simple y espiritual.
“Dadme penas y les daré panes”, podría ser el eslogan de Cristo si éste decidiera volver y hacerse marketinero. “Y si no vuelve para hacerse marketinero, para qué vuelve”, se preguntará la gente fanática del marketing. Pero capaz vuelve para todo lo contrario, para tener una vida súper simple, como dicta el iChing, el libro de las mutaciones de Apple.
Así que bueno, ya para ir cerrando, yo estoy para poner voluntarismo a entablar puentes entre lo que sea que esté pasando y lo que sea que venga a pasar después, y desde esos puentes pelearemos por unir los archipiélagos de cosas que vendrán para desestabilizar la coherencia que con tanto esfuerzo supimos construir, pero bueno… capaz hay que perder algo en el camino para ir para adelante. Algo chiquito, igual, eh, simbólico; tipo una grulla de origami. A todo lo demás abrázate fuerte, que capaz el tesoro escondido ya está entre tus cosas, quizás es tu propia vida: al destino le re copan esas ironías inesperadas, casi que es su marca personal.
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