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Micaela Romina García

UNA QUIMERA EN EL BARRIO


Chimera es un espacio cultural en la esquina de Tres Arroyos 402 por donde pasaron infinidad de propuestas pero, más importante aún, donde los vecines se encuentran y donde lo importante son las personas.

Una quimera que empieza con un banco que rodea un árbol. El primer acercamiento con los vecinos fue ese banco: “Querido, esto es mágico, ahora paso, me siento y después sigo”.


Chimera como concepto se creó desde el recuerdo. Julio, a sus veinticuatro años, fue a una cooperativa llamada Chimera en una isla llamada Lopez Island, en Estados Unidos, que le cambió la cabeza. Yo a mis veinticuatro me encuentro en la misma isla, ahora villacrespense, con la excusa de escribir una crónica. Un intercambio mapeado en alguna geografía no cartográfica.


Se pronuncia "Quimera aunque se escribe "Chimera". No lo sabía hasta hoy que me acerqué a hablar con Julio. La realidad es que Chimera no existe hasta que hablás con Julio. Chimera con ch es un “espacio cultural independiente” que pregona el “arte para el buen vivir” en una esquina con un ventanal. Chimera con ch es lo que se ve de afuera, es lo que se lee en sus redes, en sus carteles. Chimera con ch es un edificio vecino que abrió en septiembre de 2018 y transformó una esquina en la que no pasaba nada a una esquina en la que siempre pasa de todo.


Hay plantas y flores en la vereda, hay una regadera roja de plástico que Julio le presta a los chicos que pasan para que hagan jardinería. Julio riega las plantas durante el mediodía a plena luz del sol que se rebelan expandiéndose verdes más allá de cualquier restricción gubernamental. “En realidad no se puede tener esto así”, me dice Julio. “Vos podés hacer lo que quieras dentro de la propiedad pero afuera, nada”. A las plantas no les importa y a Julio menos. Solo tiene miedo de que un día lleguen los de la Ciudad a arreglarle la vereda y de paso se las lleven. “Le voy a pedir a la vecina de al lado que esté lista para guardarlas si hace falta.”

Adentro de Chimera, Julio me ofrece una silla y me acomodo. Luciana, una artista gráfica que va a presentar sus obras dentro de poco en Chimera, le muestra a Julio sus ilustraciones, el origen de su inspiración. Van eligiendo. Yo aprovecho a observar el espacio que es expresión pura. En una pared angosta una biblioteca, en la otra cuadros, y la otra es la ciudad. Un espacio casi triangular donde la experiencia es colectiva. Como un local típico de atención al público, Julio mira atento a cualquiera que se acerque a su quimera, y yo no puedo evitar hacer el mismo gesto y mirar hacia afuera, esperando al que desee pasar.

Chimera fue fundada por Julio Colantoni y Soledad Dumon. “Estamos juntos hace siete años, ella es música, tiene un grupo de música infantil y es docente de nivel inicial. Nos encontramos en la vida muy en sintonía con entender lo artístico y lo social como parte de un mismo compromiso político”. Arte para el buen vivir es sumak kawsay, un neologismo en quechua creado en la década de 1990 como propuesta política y cultural de organizaciones indigenistas y adoptada posteriormente por los gobiernos del movimiento por el socialismo del siglo XXI en Ecuador y Bolivia. “La Constitución boliviana y ecuatoriana tiene 14 principios con los cuales comulgamos, que tienen que ver con entender a lo humano como parte de un todo. Cada acto que uno toma es una responsabilidad para con el otro.” Un puma, un yacaré y un ñandú unidos en un bicharraco andino descansan en el logo de Chimera.


La quimera original de Julio comienza desde chico, soñando con un mundo en el que no hubiera pobreza, ni villas, ni gente viviendo en la calle. Creció en una familia de asistentes sociales y psicólogos. Acompañaba a su padre en las recorridas por las villas y lo llenaba de por qués. ¿Por qué esta gente vive así? Las respuestas no le alcanzaban y decidió seguir preguntando. Buscó tener las herramientas necesarias para lograr una transformación social y cultural. Quiso ser arquitecto para construir viviendas y quienes vivan dentro pudieran tener un mejor estado de vida, pero se tropezó con las matemáticas. Después quiso ser psicólogo, pero le abrumó la cantidad de teoría. Pasó tres años sin ser estudiante y se acercó a su vocación a través de la fotografía, que luego lo empujó hacia las artes visuales como nuevo dispositivo de cambio social. La pregunta seguía siendo cómo intervenir en lo social. Expuso en la galería Chimera (la estadounidense) y al regresar comprendió y aceptó que el arte lo había elegido como forma de vida. Ingresó al Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata donde se recibió de Licenciado y Profesor en Artes Plásticas. Expuso en la calle las fotografías que había tomado de la gente viviendo en la calle. “Exponer lo expuesto”, le dije. “Según determinadas teorías psicológicas, para poder transformar una realidad lo primero que tiene que hacer uno es asumir que esa realidad existe. ¿Puede un pobre que no se asume como pobre cambiar su realidad?” Julio lleva adelante una campaña permanente para la desnaturalización de la pobreza. Me muestra un afiche enrollado que tiene una gigantografía de un niño durmiendo en un sillón roto, en la calle. Se trata de mostrar lo que todos vemos pero no miramos.


Julio no pertenece a ningún partido político y no se enorgullece de eso. “Es lindo lo colectivo, pero hay que tener también cierta personalidad para bancarse y acompañar el proceso de diferencia, de confrontaciones con las estructuras típicas de ciertas instituciones.” Hoy su lugar es Chimera, registrada como asociación civil. Siete personas conforman la Comisión Directiva: son todos proyectos artísticos, políticos o sociales. Un humanista que realiza acompañamientos paliativos, un muchacho de la CTA relacionado con la política social y artistas de toda índole.


La semana pasada ocurrió un gran hito en la historia de Chimera: fue declarada de interés cultural por la Legislatura Porteña. Desde hace un año y a partir de sugerencias, Julio se puso en contacto con una legisladora que presentó el proyecto, votado favorablemente por ambas cámaras y de manera unánime. “Es una palmadita en el hombro que está buena.”

Cuando se abre un espacio que le da la bienvenida a todos se lucha mucho con el no. “Nunca me imaginé tener que resolver entre 52 personas que te piden tocar música elegir quién toca.” También tiene que entrar la plata. “Es muy duro porque yo quiero ofrecer diversidad hacia el barrio. Por ejemplo, en un concierto con música de Beethoven te vienen 3 personas, y el músico ¿no cobra nada porque no vino nadie? No. Encima nadie te compró empanadas ni cerveza, ¿qué hacés la próxima vez?” Hace unos meses en Chimera se hicieron ciclos de cine alucinantes. “Venían todos chicos de entre 20 y 25 años pero no gastaban un centavo ni a la gorra. Pero al mismo tiempo la esquina se llena y eso está buenísimo.”


Chimera es centro cultural y oficina de asistencia social al mismo tiempo. “Laburamos con cartoneros, colaboramos con gente que vive en la calle, charlamos con viejos que están solos, ¿y quién lo paga?”. Por eso se conformaron como asociación y reciben ayuda mensual de los socios. También está el porcentaje de los talleres. La oferta de talleres se expande de tal manera que no queda espacio libre en la puerta para pegar más carteles. Talleres literarios, de música, de flamenco, de collage. Este mes, por ejemplo, hay talleres de canto flamenco, grupales e individuales, plástica para niños y adultos, chi kung, yoga, encuentros del nuevo humanismo, iniciación musical para las infancias, bordadoras en lucha, muestras de arte y música en vivo. Además, los sábados transcurre el taller Arc en Ciel, destinado a familias y sus hijos francohispano parlantes.


Julio se gira sobre sí mismo y toma una semilla de una maceta que tiene detrás y la sostiene entre sus dedos en el aire. “Imaginate que esta semilla es la mejor semilla del mundo. Y tenés a tu alcance la mejor tierra con los mejores nutrientes, con el mejor clima. ¿Brota?” Le contesto que sí. “No” me dice enfáticamente. “Tiene que suceder un hecho simple pero fundamental que es labrar la tierra, hacer un pozo y cobijar la semilla. Así y todo puede no brotar. No hay garantía de nada”. La gran metáfora de Julio es que el labrado como el de la semilla es el labrado emocional y humano que busca lograr con Chimera. “Si no hay cierto estado de permeabilidad, no hay nada nuevo posible. Chimera es desde sus orígenes una manera de generar estados favorables para pensamientos nuevos, sentimientos nuevos, empatía. No es desde la razón, sino desde la emoción. En fin, es un estado amoroso.”


Se acerca un viejo vecino del barrio que según me comenta Julio pasa casi todos los días a charlar con él. “¿Y usted viene acá todos los días?” le pregunto, “A veces vengo a comer, estoy acá a dos cuadras. También me junto con Angélica.” Angélica es la única vecina del edificio que también es habitué del lugar. En Chimera pasan estas cosas, uno es vecino de toda la vida y nunca compartió una conversación, hasta que la tierra se abre, se labra y germina una semilla.

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