Acababa de separarme y me sentía arrojada a una libertad desconocida. En esa caída libre, Villa Crespo (y el colchón en el tres ambientes de mi amiga Canela) me atajaron para empezar una vida nueva. Mirando en retrospectiva puedo decir que fueron los mejores años de mi vida. Y que mi primer amor después de esa ruptura fue el barrio.
En Café Crespín encontré un número impreso de Amo Villa Crespo. AVC fue otro flechazo: me enamoré de su diseño simple, su contenido y su impresión a dos colores –el rojo, un color que también asociamos al amor. Toda esa gente que aparecía en la revista vivía en el mismo barrio que yo, y llevaba adelante con pasión y orgullo proyectos, sueños. Puedo enumerar las notas que más disfruté al escribir:
-Bitácora de Fama Boutique
-Japón en Villa Crespo I y II
-Entrevista con María Gainza: “Si sos del barrio y me caés bien me hago íntima. Tengo un mapa mental de mis amigos que viven cerca. No me gusta nada cuando se van. Tengo una cosa medio Federico Peralta Ramos, a él no le gustaba la gente que se iba del país. Yo pienso lo mismo, pero lo tengo más con la gente que se va del barrio”.
-Entrevista con Pablo Osán: “Si al café le sacás la parte humana, ¿qué queda?”.
-Entrevista Solange Rizzo: “Ser florista es ser puente entre la energía y bondades de las flores y elementos botánicos, y las personas que las reciben”.
Del barrio me gustaba ir caminando a todos lados; cruzarme con amigues aquí y allá, armar planes espontáneos, y sacar fotos en mis caminatas exploratorias por el barrio. La cuestión es que mientras me entretenía buscando personajes del barrio para entrevistar o vidrieras, amigues que pudieran armar un buen “Top 5 Amigue Vecine” para la revista, pasaron cosas fundantes: compré mi primera casa (en Villa Crespo, por supuesto) y volví a enamorarme. Mis cafés en Crespín empezaron a ser de a dos. Los jueves cenábamos crepes en El Franchute (donde hoy está Es Malta). Javier se mudó a mi departamento, festejamos nuestro casamiento en 878 (el bar de la primera cita) y tuvimos un hijo.
Villa Crespo pasó a ser de a tres y en los paseos en cochecito (justo antes de la pandemia) volví a caminar las calles del barrio, ahora con paradas estratégicas en la Plaza Benito Názar o en Bilbo para amamantar.
Al tiempo nos mudamos. Esta vez, “a pasitos” de Villa Crespo. Hoy vivimos en Caballito y solo una avenida nos separa del barrio. Pero me reconforta saber que lo que considero importante se mantiene sólido:
-Los muñecos a pila de la vidriera de Fama Boutique siguen en movimiento, y los carteles en hojas rayadas de las prendas me dan cierta ternura: “Saco Chanel térmico importado”, “Mantenemos los precios”.
-El sakura de la esquina de Olaya y Luis Viale, justo donde está la verdulería.
-La plaza Benito Nazar sin rejas, y espero que siempre siga así porque es lo que la hace una plaza libre
-Las fachadas del taller de cerámica de Olaya 1471 y Betsubara Dojo en Acoyte 1678. Se ven acogedores, quizás porque se nota desde afuera que son lindos espacios de aprendizaje.
-Los cielos: hoy vivo en una planta baja y ya no tengo la vista privilegiada que solía tener desde un piso 6, pero siempre que vuelvo a la casa de mis amigas Cane o Melina (otra amiga que me regaló el barrio y la literatura) me detengo unos minutos a mirar por la ventana y me entrego a los paisajes hipnóticos de los cielos de Villa Crespo.
N.d.E: Este texto forma parte de la GUIA AVC edición especial 10 años.
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